Celebremos juntos el día del adulto mayor.
“Amamos las catedrales antiguas, los muebles antiguos, las monedas antiguas, las pinturas antiguas y los viejos libros, pero nos hemos olvidado por completo del enorme valor moral y espiritual de los ancianos”. Lin Yutang
Sin dientes, sin trabajo, sin pensión, sin quien ayude a bajar las escaleras o recordar dónde dejó sus anteojos, o qué pastilla le toca tomar, ¿existe un estado de vida más patético que el del adulto mayor? Encima, el viejo de hoy no tiene la consideración de antes, cuando sabía despedirse a una hora razonable. Ahora, insiste en quedarse por allí y en el país nos llenamos de adultos mayores. Ya son varios miles los peruanos que pasan los 100 años.
Algunos se alarman. ¿Cómo defendernos de un tsunami de viejos empobrecidos? Al Estado no le quedará más que subsidiarlos, dicen, aunque venga la bancarrota. Por suerte, la llegada de esa ola será cosa de años, no de segundos. Podemos aprovechar esa gradualidad, entonces, para monitorear con estadísticas y prever el tamaño y la probable fecha del tsunami. ¿Cuán cerca está?
El primer indicador sería la desocupación. La ley nos manda jubilarnos a los 65 años pero, felizmente, de cada dos ocupados que llegan a esa edad, uno hace caso omiso a la norma y sigue trabajando. Lo que no toma en cuenta la norma es que, en cuanto a capacidad para el trabajo, los 65 años de hoy equivalen a los 55 años de ayer, gracias a la mejora de las dietas y de la medicina. Incluso, muchos siguen trabajando pasados los 80 años.
Una segunda señal del posible tsunami sería el empobrecimiento. Pero aún no se perciben indicios de una relación entre la edad y la pobreza. La probabilidad de ser pobre después de los 70 años es de 18%. Es mucho menor que la probabilidad de pobreza que tienen los niños. Casi un tercio de ellos son pobres hasta cumplir los 15 años. En la etapa intermedia de la vida, entre los 30 y 40 años, la pobreza es más alta –20%– que en la vejez.
Un tercer motivo de preocupación es el desamparo que aflige a los viejos cuando pierden su pareja o se alejan los hijos. Sin embargo, la soledad es la excepción. De los que han cumplido 70 años, menos de uno de cada cinco vive solo. La gran mayoría –83%– vive en hogares multifamiliares.
Tsunami de viejitos, por Richard Webb